La resonante
victoria obtenida en 1315 por los montañeses suizos sobre la caballería feudal de
los Habsburgo en Morgarten es tradicionalmente considerada como el
resurgimiento de la infantería tras los largos siglos que siguieron al ocaso de
las legiones romanas. Y aunque ya existían antecedentes (principalmente la
batalla de Kortrijk en 1302, donde las milicias urbanas flamencas batieron a los
caballeros franceses), resulta innegable que los llamados Reisläufer pronto se convirtieron en los soldados más temidos de su
tiempo, reputación que sobreviviría a fenómenos más fugaces como los citados
milicianos flamencos, los arqueros ingleses y el Wagenburg (“fortaleza de carros”) de los rebeldes husitas.
Como muchos de sus
compatriotas, el artista y orfebre Urs Graf (1485-1529) alternó sus oficios de
tiempo de paz con la rentable pero riesgosa actividad de Reisläufer -participó por ejemplo de la batalla de Marignano- y su obra constituye un vívido cuadro de
la vida de los mercenarios suizos a comienzos del siglo XVI. Esta
ilustración muestra un consejo de guerra: la figura situada al centro es
probablemente el barón Ulrich VII von Hohensax, comandante de las tropas suizas
en la campaña de Milán de 1511-1513.
Sería
recién en 1422, como
consecuencia de la derrota sufrida en Arbedo a manos del condotiero Carmagnola, que
la infantería suiza comenzaría a emplear el arma que la haría famosa. En dicha
batalla los hombres de armas italianos habían sido provistos de largas lanzas
que superaban el alcance de las alabardas utilizadas por los helvéticos, lo que
llevó a éstos a adoptar poco después una monstruosa pica de fresno de 5,83 m de
longitud (no muy distinta de la sarissa de
la falange macedonia), destinada a herir el pecho del caballo antes de que la
lanza del jinete hiciera lo propio con el piquero. El número de alabarderos fue
reduciéndose con el paso del tiempo (a principios del siglo XIV representaban
el 80% de la tropa pero en 1476 dicho porcentaje había descendido a la mitad),
mientras que la pica adoptaba una longitud de unos 4,50 metros. Recién en 1465
los suizos abandonarían sus prejuicios contra las armaduras -hasta entonces se
jactaban de que el único hierro que portaban era el de la punta de sus armas- y
equiparían a la primera línea de piqueros con los numerosos ejemplares
capturados durante las anteriores campañas. En cuanto a las armas de fuego
portátiles, si bien terminarían por desplazar al arco y la ballesta, nunca
pasarían de jugar un rol secundario. Su empleo presentaba diferentes variantes:
bien precediendo en orden abierto a un bloque de piqueros (un cometido no muy
distinto del
asignado a la infantería ligera durante los siglos XVIII y XIX), integrando la
segunda hilera de un escuadrón (la primera seguía siendo confiada a las picas)
o formando “alas” adosadas a los flancos de tal formación.
La
infantería suiza alcanzaría su apogeo en los diez meses comprendidos entre
marzo de 1476 y enero de 1477, cuando infligió a las fuerzas de Carlos el
Temerario las derrotas de Grandson, Murten y Nancy (ocasión esta última en la
que el citado perdió la vida) y marcó así el ocaso del ducado de Borgoña. Tal impactante
triunfo -que sería posteriormente complementado por los éxitos obtenidos contra
Maximiliano I en la Guerra Suaba de 1499- convirtió a los helvéticos en los
mercenarios más cotizados de Europa. Entre sus empleadores se contaría el Papa
(que fundaría en 1506 la legendaria Guardia Suiza “pro custodia palatii nostri”) y muy especialmente Francia, cuya
infantería autóctona revelaría hasta mediados del siglo XVII una frustrante
inferioridad: ya en 1475 Luis XI había contratado los servicios de un centenar
de Reisläufer como guardias de corps,
los cuales se harían famosos bajo el nombre de Garde de Cent Suisses.
La clave
de los éxitos obtenidos por los esguízaros -tal como se los llamaba en España- radicaba
en gran parte en el uso de la formación de combate denominada Schlachthaufen o bataillon carrée. Desplegados en compactos bloques de alabarderos rodeados
por piqueros (habitualmente 50 hombres de frente y 30 de fondo), los infantes suizos eran invulnerables
a las cargas de caballería que habían dominado los campos de batalla de Europa
por cerca de diez siglos. Las cuatro primeras hileras de piqueros apuntaban sus
armas hacia adelante mientras que las siguientes mantenían sus picas
verticales, listos para cubrir eventuales huecos: una vez producido el choque
con una formación enemiga, los piqueros ensanchaban sus hileras a fin de
permitir la salida de los alabarderos, que asestaban el golpe de gracia al
adversario. Otra importante innovación táctica introducidas por los helvéticos fue
la división del
ejército en tres formaciones: la Vorhut (vanguardia),
la Gewalthut (grueso o “batalla”) y
la Nachhut (retaguardia), una
estructura que sería imitada por los principales ejércitos europeos.
La traición de Novara, ilustración
que integra la Crónica de Lucerna de Diebold Schilling el Joven (1460-1515). En abril de 1500 el ejército milanés de
Ludovico Sforza enfrentaba a las tropas francesas de La Tremoille y Trivulzio
cuando estos últimos, aprovechando la negativa de los mercenarios suizos de ambos
ejércitos a combatir contra sus compatriotas, ofrecieron a los helvéticos al
servicio de Milán la posibilidad de regresar a su tierra con honores militares.
Ante la desintegración de su ejército, Sforza intentó escapar disfrazado de Reisläufer, pero un tal Hans Turmann lo
delató a cambio de 200 florines y el desdichado duque pasaría el resto de su
vida en cautiverio. El traidor nunca pudo gozar de su recompensa: tal
infracción del
código de honor de los esguízaros le valió ser trasladado en grilletes a su
patria, juzgado y condenado a la horca.
El empuje de
los soldados suizos era proverbial, hallándose los mismos sujetos a un código draconiano
que establecía que aquel que intentara huir durante la batalla debía ser muerto
en el acto por sus compañeros. Obviamente el adversario no quedaba exceptuado
de tal rigor: la costumbre de las tropas suizas de no hacer prisioneros
-desdeñando incluso la perspectiva de cobrar rescate por cautivos ilustres- les
valió un merecida fama de brutalidad y un tratamiento similar a manos de sus
rivales. Un intento loable de regular la conducta de la tropa en tiempos de
guerra estuvo representado por la llamada Carta de Sempach, redactada en 1393
en Zürich: la misma protegía a mujeres, niños y ancianos e imponía severas
penas para quienes saquearan iglesias y maltrataran religiosos.
A pesar de sus notables virtudes, las debilidades intrínsecas del sistema militar helvético pronto quedarían al descubierto. Los intereses de los distintos cantones no siempre eran coincidentes y a ello se sumaba la organización “gremial” de los contingentes, todo lo cual convertía la toma de decisiones en un proceso arduo y prolongado. Así, se daba una notable paradoja: la Confederación Suiza, que inundaba Europa con miles de excelentes soldados y que tan mortífera eficacia mostrara luchando en defensa de su territorio, era incapaz de producir siquiera un comandante destacado y de organizar por su propia cuenta una invasión a gran escala de territorio enemigo.
A pesar de sus notables virtudes, las debilidades intrínsecas del sistema militar helvético pronto quedarían al descubierto. Los intereses de los distintos cantones no siempre eran coincidentes y a ello se sumaba la organización “gremial” de los contingentes, todo lo cual convertía la toma de decisiones en un proceso arduo y prolongado. Así, se daba una notable paradoja: la Confederación Suiza, que inundaba Europa con miles de excelentes soldados y que tan mortífera eficacia mostrara luchando en defensa de su territorio, era incapaz de producir siquiera un comandante destacado y de organizar por su propia cuenta una invasión a gran escala de territorio enemigo.
Otra
ilustración de la Crónica de Lucerna, esta vez dedicada al cruce de los Alpes
por una columna de Reisläufer: nótese
que la misma incluye una mujer. El paso de San
Gotardo era utilizado originariamente por los pastores suizos para llevar
ganado a los mercados de Lombardía, y con posterioridad se convertiría en la
principal ruta de los mercenarios que participarían de las guerras de Italia: a
aquellos oriundos de valles pobres y superpoblados, la llanura del Po debía
presentárseles como
una verdadera Tierra Prometida.
Por su
parte, los contingentes a sueldo de potencias extranjeros no sólo adquirieron
renombre por su arrojo en combate sino también por su intransigencia en lo
relativo a temas financieros. En efecto, bastaba que se produjera un retraso en
el pago de sus haberes para que los infantes suizos levantaran campamento y
regresaran a sus montañas sin atender ruegos ni súplicas: no en vano se decía
que pas d’argent, pas de Suisse (“sin
plata no hay suizos”). Su única lealtad era para sí mismos, evidenciada en la norma
que impedía a dos contingentes helvéticos a luchar entre sí y que tan fatídica
resultara a Ludovico Sforza, duque de Milán que debió asistir impotente a la
defección de sus mercenarios.
Si bien la
Reisläuferei era una suculenta fuente
de ingresos para la Confederación Suiza (y muy especialmente para aquellas
autoridades cantonales que recibían pensiones de empleadores extranjeros), no
faltaron voces críticas al sistema: entre ellas se destacó el reformador Ulrich
Zwingli, quien impidió que entre los 16.000 mercenarios contratados por
Francisco I en 1522 se contara un contingente de Zürich.
Mario Díaz Gavier
(Reproducido de Bicoca 1522. La primera victoria de Carlos V en Italia por gentileza de Almena Ediciones, Madrid).
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