El 1° de
octubre de 1486 la dieta de la Confederación Suiza recibió un queja formulada en
Zürich contra un tal Konrad Gäschuff, caballero suabo que había osado proponer
armar y adiestrar individuos de dicho origen jactándose de que cada uno de
ellos valía como dos helvéticos. La anécdota carecería de relevancia de no ser
porque el citado documento constituye la primera mención escrita del término que denominaría a
los infantes germanos hasta las vísperas de la Guerra de los Treinta Años: Landsknecht. No hay unanimidad respecto
al origen de dicha acepción (que significa literalmente “peón de la tierra”), siendo
una de las teorías más consistentes la que adjudica a la palabra Land el sentido de “llanura”,
distinguiéndose así a los “hombres de la llanura” en contraposición a los
“hombres de las montañas”, es decir los suizos.
Fue el futuro
emperador Maximiliano I quien ideó la organización de una infantería alemana a
imagen y semejanza de las tropas helvéticas. El principal campo de
reclutamiento eran las tierras altas de Austria y del sur de Alemania (hecho
que indudablemente debilita la hipótesis anteriormente citada): al igual que en
los cantones suizos, la precaria economía de Suabia y Tirol, basada mayormente
en el pastoreo, era insuficiente para nutrir una población numerosa, y en
consecuencia abundaban allí hombres jóvenes ansiosos de aventura y botín. En 1487 tuvo lugar en Brujas el
desfile de las primeras unidades de lansquenetes, conducidas por el conde
Eitelfritz von Hohenzollern.
Maximiliano
I (1459-1519). A raíz de su boda con María de Borgoña en 1477 y la prematura
muerte de ésta cinco años más tarde se convirtió en heredero del ducado de
Borgoña, el cual incluía los Países Bajos, Luxemburgo y el Franco-Condado: dichos
territorios habían sido invadidos por Francia a la muerte de Carlos el
Temerario, pero Maximiliano I logró recuperar la mayor parte -aunque no Borgoña
propiamente dicha- gracias a la victoria obtenida en 1479 en Guinegatte
(actualmente Enguinegatte). En dicha ocasión, Maximiliano I combatió codo a
codo con sus infantes, y por una extraordinaria coincidencia volvería a derrotar
a los franceses en el mismo lugar en 1513.
No resulta
difícil de imaginar la reacción de los suizos ante el surgimiento de lo que
consideraban una falsificación de la “marca registrada” por ellos encarnada y
una indeseable competencia. Así, el choque entre lansquenetes y esguízaros devenía
casi invariablemente en la sangrienta modalidad de lucha denominada “mala
guerra”, en la cual no se daba cuartel ni se tomaban prisioneros.
Un cuerpo de
lansquenetes -se usaba ya el término “regimiento”, aunque el mismo pasaría a
denominar a una unidad administrativa recién a mediados del siglo XVI- era comandado
por un Feldobrist (grado equivalente
al de coronel) y constaba de varias Fähnlein
(banderas), cada una integrada idealmente por 400 efectivos y a cargo de un
Hauptmann (capitán). El Feldobrist (que era secundado por un Locotenent o lugarteniente) era una
suerte de empresario militar que, provisto de una patente, reclutaba tropas por
encargo de un gobernante: idealmente se trataba de un personaje carismático
cuya posición holgada le posibilitaba en caso de emergencia cubrir de su
peculio posibles retrasos en el pago de las soldadas, tradicional fuente de
motines y deserciones.
El Kriegsbuch (“Libro de Guerra”) de Leonhart
Fronsperger (1520-1575) constituye una fuente de primera mano en lo relativo a la
organización de los lansquenetes. En esta xilografía de Jost Amman (1539-1591)
se representa el enrolamiento: cada aspirante debía presentarse frente a un
arco formado por dos alabardas y una pica, donde el pagador examinaba su
condición física, armamento y experiencia. En caso de ser aprobado, el
lansquenete atravesaba el arco y se integraba al regimiento.
Además de
los citados existía una variopinta colección de rangos. Entre los mismos se
contaba el Quartiermeister (cuartelmaestre),
que tenía a su cargo la elección del lugar que alojaría al vivac y la
organización de éste; el Proviantmeister (maestre
de provisiones), que se ocupaba del suministro de munición de boca; el Wachtmeister (maestre de guardia), a
quien se confiaba la fortificación del campamento; el Schultheiß (corregidor), responsable de todos los asuntos jurídicos
(aunque no podía ser juez de profesión, reflejo de la desconfianza existente en
Alemania hacia el elaborado derecho romano); el Profoss (preboste), que desempeñaba la función de policía (lo cual
incluía el lucrativo control de los vivanderos); el Hurenweybel (literalmente “sargento de prostitutas”), que secundaba
al Profoss imponiendo orden entre el
personal no combatiente que integraba el bagaje; y el Feldweybel (sargento), que asistía al capitán en el mando de la Fähnlein.
Otra
ilustración del Kriegsbuch nos
muestra la clásica combinación de pífano y tambor, infaltable en toda Fähnlein de lansquenetes. Además de
constituir un sencillo pero eficaz sistema de señales, dichos músicos animaban
a sus camaradas durante las marchas y enmarcaban eventos tales como proclamaciones,
festividades e incluso ejecuciones.
El
equipamiento de los lansquenetes no difería mayormente del de sus rivales, aunque
presentaban algunas particularidades. Entre las mismas se contaba la típica
espada corta de hoja ancha y punta roma denominada Katzbalger (que a despecho a una extendida creencia no significa “destripagatos”), utilizada
como
arma de protección personal por la mayoría de los soldados. Los lansquenetes cuya
mayor veteranía y mejor equipamiento los hacía idóneos para servir en las
primeras filas recibían una doble soldada (ocho florines mensuales en lugar de
cuatro), de allí su nombre de Doppelsöldner:
entre los mismos -que representaban habitualmente una cuarta parte del
total de efectivos- se destacaban aquellos provistos de montantes o mandobles,
cuya misión era quebrar las astas de las picas enemigas y permitir así a sus
camaradas penetrar en la formación rival. Huelga decir que dicha tarea era
enormemente riesgosa, por lo que la mayoría de dichos Doppelsöldner contaban con la protección de petos, coseletes o
incluso armaduras completas. Pero sin duda la característica distintiva de los
lansquenetes era su atuendo consistente en prendas multicolores, que les daba
un aspecto vistoso cuando no estrafalario. Era generalizado el uso del jubones acuchillados -moda
derivada quizá de los tajos efectuados a prendas capturadas a fin de posibilitar
su uso a individuos de mayor talla- y de calzas provistas de braguetas protuberantes
como
presunción de potencia sexual.
El martirio de San Sebastián de Hans Holbein el Viejo
(1465-1524), expuesto en la Antigua Pinacoteca de Munich. Una de las figuras
más importantes del cuadro es el ballestero
lansquenete que, con una actitud que choca por lo calmosa y rutinaria, procede
a tensar la cuerda de su arma con ayuda de un cranequín mientras sostiene entre los dientes una saeta. Si bien su precisión y poder de penetración eran temibles, la
ballesta adolecía de una baja cadencia de tiro que relegaba su uso
principalmente a la guerra de sitio: la difusión del arcabuz marcó el declive
de esta arma, cuya última intervención importante en una batalla campal tuvo
lugar en Marignano en 1515 pero que en algunos ejércitos sobreviviría incluso
medio siglo más.
Una
diferencia entre lansquenetes y Reisläufer
consistía en que los primeros contaban con un rudimentario y expeditivo sistema
jurídico propio (encarnado principalmente por el Schultheiß y el Profoss), mientras
que los segundos se hallaban sujetos
a las leyes civiles de sus respectivos cantones. En cambio, la costumbre de
rezar antes de la batalla y a continuación arrojar un puñado de polvo o besar
el suelo era habitual entre ambos contrincantes. Otra característica común,
ciertamente menos loable, era su tendencia a amotinarse ante el retraso en sus
pagas, si bien debe señalarse que los lansquenetes eran en este punto más
razonables que los suizos. Tales motines, desgraciadamente también usuales
entre los hispanos, constituyeron una de las peores pesadillas de los
comandantes de los siglos XVI y XVII y estuvieron mayormente motivados por la
imposibilidad o falta de voluntad del empleador de turno para abonar
puntualmente lo estipulado: las graves consecuencias militares, políticas y
económicas de los motines hacen que, en comparación, las más encarnizadas
huelgas actuales parezcan un acto de inocente rebeldía infantil…
Un
capitán lansquenete según una xilografía de 1545. Está provisto de una armadura de tres cuartos, una
lanza corta -distintivo de su rango- y una Katzbalger.
El
capitán
disponía de un cocinero personal, un sirviente y dos Doppelsöldner como guardaespaldas: su
sueldo ascendía a 40 florines, es decir el décuplo de la paga de un soldado.
El
advenimiento de la Reforma no impidió que soldados luteranos fueran contratados
por potencias católicas: tal fue el caso de Georg von Frundsberg,
indudablemente el más destacado comandante de lansquenetes, que a pesar de su simpatía
por el protestantismo sirvió fielmente al emperador Carlos V. El prestigio de
Frundsberg había inducido en enero en 1522 a Francisco II Sforza y a Girolamo
Adorno a visitar al veterano comandante en sus posesiones de Mindelheim a fin
de asegurarse sus servicios para la inminente campaña en Lombardía.
Mario Díaz Gavier
(Reproducido de Bicoca 1522. La primera victoria de Carlos V en Italia por gentileza de Almena Ediciones, Madrid).
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