Hace exactamente un siglo el heredero del
Imperio Austro-húngaro, archiduque Franz Ferdinand von
Österreich-Este, y su mujer Sophie Chotek fueron asesinados en
Sarajevo por el terrorista serbo-bosnio Gavrilo Princip. El crimen
desató una crisis diplomática que se extendió por toda Europa y
que, a consecuencia del nefasto automatismo del sistema de alianzas,
devendría poco después en el conflicto más mortífero que asolara
hasta entonces el Viejo Mundo: la Primera Guerra Mundial.
Una de las circunstancias más chocantes
del magnicidio es la despersonalización que lo rodea: tal como
señala el historiador australiano Christopher Clark en su monumental
trabajo Los sonámbulos, dichos asesinatos han sido
tradicionalmente denominados por el lugar donde tuvieron lugar más
que por las víctimas (mientras que, por contraste, nadie se refiere
al homicidio de John F. Kennedy como “el asesinato de Dallas“).
En ese sentido, parece oportuno trazar una breve semblanza de quienes
fueron las primeras víctimas de la Gran Guerra.
La imagen póstuma de Franz Ferdinand ha
sido generalmente negativa, y ello se debe tanto a su personalidad
como a los numerosos enemigos adquiridos. Acostumbrado a expresarse
sin rodeos y a no disimular sus antipatías personales, el archiduque
pertenecía a aquella clase de individuos en los cuales sinceridad y
brusquedad van de la mano y que carecen del don de gentes necesario
para adquirir el aura de bonhomía -generalmente infundada- que rodea
a ciertos hombres públicos. A ello se sumaba su pasión por la caza,
rayana en lo enfermizo: reputado en su juventud como uno de los
mejores tiradores del mundo, en el transcurso de su vida cobraría
274.889 piezas, una cifra aberrante incluso para los estándares
contemporáneos.
Gran parte de la hostilidad que Franz
Ferdinand sufrió en Viena fue consecuencia de su decisión de
desposar a la condesa Sophie Chotek von Chotkowa und Wognin,
perteneciente a un distinguido linaje bohemio pero considerada por
los restantes Habsburgo de rango insuficiente para una futura
emperatriz (a la vez que se le reprochaba su carácter sencillo,
serio y devoto). La pareja fue objeto de violentas presiones para
concluir su relación, pero ante la firme actitud de Franz Ferdinand
el emperador se vio obligado finalmente a autorizar en 1900 un
matrimonio morganático que excluía a Sophie y su descendencia de la
sucesión del trono. Si bien le serían concedidos los títulos de
princesa y duquesa de Hohenberg, la corte vienesa -encabezada por el
príncipe Montenuovo, mayordomo imperial- nunca perdonaría a Sophie
su triunfo y la sometería a un refinado y cruel rosario de
humillaciones: además de negársele el título de archiduquesa le
estaba vedado sentarse junto a su marido en cenas de gala y compartir
con él el palco real de la ópera y la carroza dorada de los
Habsburgo...
En 1906 Franz Ferdinand fue nombrado
inspector general del ejército y una de sus medidas fue recomendar
al general Franz Conrad von Hötzendorf como jefe de Estado Mayor,
quien en los años siguientes propondría sucesivamente guerras
preventivas contra Rusia, Italia, Rumania, Montenegro y muy
especialmente Serbia, a quien denunciaba -no sin razón- como fuente
de conatos secesionistas en las regiones sudeslavas del imperio.
Frecuente y erróneamente se ha interpretado la simpatía personal
del archiduque hacia el general como aprobación de tal actitud: en
realidad, el insensato belicismo de Conrad se hallaba en abierta
contraposición con la política de los Habsburgo y en diciembre de
1911 le costaría su puesto. Si bien un año más tarde Conrad
recuperaría su cargo, su relación con Franz Ferdinand permaneció
tirante y parece evidente que sólo el asesinato del archiduque evitó
la oportuna y definitiva destitución de quien sería uno de los
protagonistas de la Crisis de Julio.
En
el orden político Franz Ferdinand
planeaba -una vez ascendido al trono- una reestructuración el
sistema imperial, disminuyendo la excesiva hegemonía húngara en las
regiones orientales del imperio (consecuencia del tratado de 1867) y
proporcionando mayor autonomía a los pueblos eslavos mediante la
creación una federación de quince Estados: sería justamente esta
iniciativa lo que lo convertiría en víctima de un atentado
destinado a cambiar la historia del siglo XX.
Franz
Ferdinand von Österreich-Este y Sophie Chotek von Chotkowa und
Wognin junto a sus hijos (de izquierda a derecha) Ernst, Sophie y
Maximilian. En una época donde los matrimonios por conveniencia eran
la norma de la alta sociedad europea, el casamiento por amor entre
Franz Ferdinand y Sophie fue un hecho notable. En una confidencia
realizada a un amigo en 1904, el archiduque afirmaría que la
decisión más inteligente de su vida había sido desposar a “mi
Soph“, considerada su “entera felicidad“. Igualmente
cálidos eran sus sentimientos hacia sus hijos, a quienes elogió
como su “entera delicia y orgullo“: “Me siento con ellos y
los admiro todo el día porque los amo tanto“. En la fatídica
mañana del 28 de junio de 1914 Sophie Chotek recibió en el
ayuntamiento de Sarajevo a una comitiva de mujeres locales y señaló
pensativa a una niña: “Tiene la misma altura que mi Sophie“.
Poco después expresó su ansia por reencontrarse con su familia:
“Nunca hemos dejado a nuestros hijos solos por tanto tiempo“.
El origen del panserbismo contemporáneo
se remonta a un memorándum secreto redactado en 1844 por el ministro
del interior Ilija Garašanin y
conocido a partir de su publicación en 1906 como Načertanije.
Este “Programa para la política nacional y exterior de Serbia“
era poco más que un plagio de un texto del checo František
Zach, con una importante salvedad: allí donde Zach escribiera
“sudeslavo“ Garašanin había
sustituído dicho término por “serbio“, convirtiendo así la
propuesta de una federación en un manifiesto nacionalista. Ya las
líneas iniciales de Načertanije
no dejaban duda sobre su ideología expansionista: “Serbia
es pequeña, pero no debe permanecer en dicha condición“. Dicha
“Gran Serbia“ se fundamentaba en la restauración del imperio
medieval de Stepan Dušan, que
incluyera la mayoría de las actuales Serbia, Albania, Macedonia y la
región central y norte de Grecia pero, curiosamente, no
Bosnia-Herzegovina: tales pretensiones territoriales eran formuladas
a despecho de que ni los católicos croatas ni los musulmanes bosnios
mostraran mayor entusiasmo en ser absorbidos por la Serbia ortodoxa.
El principal argumento del panserbismo
para justificar su objetivo de asimilar Bosnia-Herzegovina era la
presunta opresión del país a manos de Austria-Hungría, afirmación
que no resiste un somero análisis. Ocupada de facto por
Austria en 1878, Bosnia-Herzegovina había alcanzado en 1914 un nivel
de prosperidad similar al resto de la monarquía dual, con un ingreso
per cápita superior al de Serbia. Si bien los Habsburgo no habían
abolido aún el sistema feudal otomano denominado agaluk,
ciertamente facilitaron la emancipación de los kmets o
siervos, y hasta el estallido de la Gran Guerra más de 40.ooo de
ellos habían adquirido su autonomía. Asimismo la agricultura y la
industria gozaron de un notable crecimiento, acompañado por
importantes inversiones en infraestructura vial y ferroviaria. Sin
duda la insuficiente mejora del sistema educativo fue el punto débil
de la administración austríaca, pero en ese ítem Serbia tampoco
gozaba de preeminencia: en una fecha tan tardía como 1900 Belgrado
ostentaba una tasa de analfabetismo del 79%, que aumentaba al 88 % en
la región sudeste del país (valga decir que en 1905, ante la
necesidad de incrementar los ingresos fiscales, el Skupština
o parlamento serbio optó por gravar
impositivamente los libros escolares y no la destilación casera...)
La anexión formal de Bosnia-Herzegovina
por parte de Austria-Hungría en 1908 desató una ola de histeria
nacionalista en Serbia y tuvo por consecuencia el surgimiento de
Srpska Narodna Obbrana (Defensa Nacional Serbia), una
organización integrada por miles de miembros y cuyo objetivo era
organizar bandas guerrilleras y redes de espionaje en el territorio
irredento. Si bien el 31 de marzo de 1909 Serbia, cediendo a la
presión diplomática del Imperio Austro-húngaro, renunciaría
formalmente a sus pretensiones sobre Bosnia-Herzegovina y desarmaría
-al menos nominalmente- a Srpska Narodna Obbrana relegándola
al rol de una organización de propaganda, ello exacerbó aún
más a los sectores fundamentalistas, y el 3 de marzo de 1911 tuvo
lugar en un apartamento de Belgrado la fundación de Ujedinjenje
ili smrt! (¡Unión o muerte!), una organización clandestina
destinada a ser más conocida por su siniestro apodo: “la Mano
Negra“.
El alma mater de la misma era
Dragutin Dimitrijević, un oficial
del ejército que se desempeñaba como profesor en la Academia
Militar y que era apodado “Apis“ por sus admiradores debido a su
presunta similitud con el dios egipcio. Laborioso, intrigante y
misógino, siendo un joven teniente había participado de la conjura
que culminó en el bestial asesinato del rey Alexandar y la reina
Draga en 1903, hecho que le ganó gran popularidad en un país cuyo
héroe nacional era Miloš Obilić,
aquel caballero semilegendario que durante la batalla de Kosovo
(1389) lograra introducirse en el campamento turco y ultimar al
sultán Murad I: no en vano la insignia oficial de Ujedinjenje
ili smrt! incluía una calavera, tibias cruzadas, un puñal, un
frasco de veneno y una bomba...
Las Guerras Balcánicas de 1912-1913
tuvieron enormes consecuencias en Serbia: el notable desempeño de su
ejército y la conquista de nuevos territorios (acompañada por
numerosas atrocidades cometidas contra la población musulmana)
provocaron euforia, mientras que la imposición de una Albania
independiente por parte de Austria-Hungría y las demás potencias
fue considerada un ultraje. En medio de tal atmósfera
ultranacionalista la Mano Negra -integrada en el ínterin por
numerosos miembros de la cúpula militar- comenzó a planear un
atentado contra Franz Ferdinand, el cual visitaría Sarajevo a
principios del verano de 1914 en el marco de las maniobras militares
en Bosnia-Herzegovina: a tal fin serían reclutados los jóvenes
serbo-bosnios Trifko Grabež,
Nedeljko Čabrinović
y Gavrilo Princip, ninguno de ellos mayor de 19 años.
La elección del
archiduque como blanco no se debió a su presunta hostilidad hacia
las minorías eslávicas sino justamente a su buena predisposición
hacia las mismas: tal como Princip lo admitiría con sorprendente
franqueza, “como
futuro soberano él hubiera impedido nuestra unión llevando a cabo
ciertas reformas“.
Los fundamentalistas de la “Gran Serbia“ contemplaban alarmados
todo aquello que jaqueara sus pretensiones sobre Croacia, Eslovenia y
Bosnia-Herzegovina, y como bien lo afirma Clark, su elección
“ejemplifica
una constante en la lógica de los movimientos terroristas,
específicamente el hecho de que reformistas y moderados son más de
temer que enemigos declarados y elementos radicales“.
El entrenamiento de los asesinos tuvo
lugar en Belgrado, y el 27 de mayo les fueron suministradas cuatro
pistolas y seis bombas, procedentes del Arsenal Estatal de
Kragujevac: a fin de borrar todo rastro Princip y sus cómplices
debían suicidarse una vez perpetrado el atentado, para lo cual
fueron provistos de sendas dosis de cianuro. Pocos días después los
terroristas ingresaron a Bosnia-Herzegovina con la colaboración de
guardias fronterizos serbios, y en Sarajevo tomarían contacto con
cuatro miembros locales de la Mano Negra.
Si bien la conspiración no era obra del
gobierno de Belgrado, el primer ministro Nikola Pašić
estaba al tanto de la misma: el hecho de que se abstuviera de
intervenir habla tanto de su carácter tortuoso
-probablemente considerara el atentado como un providencial
catalizador de un conflicto inevitable- como de la debilidad de las
autoridades civiles en una Serbia marcadamente militarista,
con un ejército envalentonado a raíz de sus recientes éxitos y que
representaba además una de las escasísimas posibilidades de ascenso
social en una población predominantemente rural. Las únicas medidas
adoptadas -y ello recién en el último
tercio de junio- se limitaron a una investigación de las actividades
fronterizas y una vaga advertencia transmitida al ministro de
finanzas austro-húngaro Leon Biliński
a través del diplomático Jovan
Jovanović, en el sentido de que una visita a Sarajevo de Franz
Ferdinand coincidiendo con el aniversario de la derrota de Kosovo
podría ser tomada como una provocación: Pašić
omitió así prevenir en forma directa e inequívoca al gobierno de
Viena, probablemente pues ello implicaría admitir conocimiento del
complot y tener que justificar su actitud prescindente.
El resto
de la tragedia es ya conocido: el domingo 28 de junio de 1914 Franz
Ferdinand y su mujer arribaron en tren a Sarajevo procedentes del
balneario de Ilidža
y abordaron un doble
faetón Gräf & Stift con destino al ayuntamiento de la ciudad.
Durante
el trayecto la columna de seis automóviles fue blanco de una bomba
lanzada por Nedeljko Čabrinović,
la cual falló su objetivo (gracias a la oportuna reacción del
chofer, que aceleró al divisar el objeto, y de Franz Ferdinand, que
extendió su brazo para proteger a su mujer), hiriendo sólo a dos
miembros de la escolta así como a media docena de espectadores.
Mientras Čabrinović
era detenido tras un infructuoso doble intento de suicidio, los
huéspedes y sus anfitriones decidieron con toda parsimonia continuar
su programa (tal desidia en las medidas de seguridad resulta
particularmente incomprensible cuando se recuerda que en 1898 los
Habsburgo ya habían sido blanco de un atentado que costó la vida a
la emperatriz Isabel). Menos de una hora después la comitiva
abandonaba el ayuntamiento en dirección al hospital militar, donde
la pareja quería visitar a uno de los heridos antes de emprender el
regreso. A raíz de un malentendido los dos automóviles que iban a
la cabeza erraron el camino y debieron frenar: en ese momento Gavrilo
Princip se abalanzó hacia el vehículo que transportaba a Franz
Ferdinand y Sophie y disparó dos veces a quemarropa con su pistola
FN Modelo 1910. El primer proyectil, tras atravesar el costado del
coche, alcanzó a la duquesa en el abdomen, y el segundo hirió al
archiduque en el cuello, quien alcanzó a exclamar desesperado:
“¡Sophie! ¡Sophie!
¡No te mueras, permanece con vida por nuestros hijos!“ El
chofer se dirigió a toda velocidad hacia el palacio Konak,
residencia del gobernador, pero al llegar allí Sophie ya había
muerto y Franz Ferdinand se hallaba en coma, falleciendo pocos
minutos después: habían sido asesinados en su decimocuarto
aniversario de casamiento.
Concluye
este artículo con una certera reflexión de Christopher Clark acerca
de nuestra actual visión del atentado de 1914: “Nuestra
brújula moral también ha virado. El hecho de que una Yugoslavia
dominada por Serbia emergiera como uno de los Estados vencedores de
la guerra pareció implícitamente reivindicar el acto del hombre que
oprimió el gatillo el 28 de junio: ciertamente tal era el punto de
vista de las autoridades yugoslavas, que marcaron el lugar donde lo
hizo con huellas en bronce y una placa celebrando 'los primeros pasos
en la libertad yugoslava' del asesino. En una era donde la idea
nacional aún era promisoria había una intuitiva simpatía hacia el
nacionalismo sudeslavo y escaso afecto hacia la comunidad
multinacional del imperio de los Habsburgo. Las guerras de Yugoslavia
de la década de 1990 vinieron a recordarnos la letalidad del
nacionalismo balcánico: desde Srebrenica y el asedio de Sarajevo
resulta más difícil pensar en Serbia como un mero objeto o víctima
de la política de las grandes potencias y más facil concebir al
nacionalismo serbio como una fuerza histórica por derecho propio.
Desde la perspectiva actual de la Unión Europea nos inclinamos a
mirar ahora con mayor comprensión – o al menos con menor desdén-
el extinguido mosaico imperial de la Austria-Hungría de los
Habsburgo“.
Mario
Díaz Gavier
©
2014, Mario Díaz Gavier
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