miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD 1914


Al anochecer del 24 de diciembre de 1914 una inusual calma se apoderó del Frente Occidental, una línea de fortificaciones de campaña que se extendía desde el Mar del Norte hasta la frontera suiza. Desde hacía casi cinco meses el conflicto que pasaría a la Historia como la Primera Guerra Mundial asolaba Europa, pero tras una serie de violentas batallas -entre las que se destacaron el Marne, el Yser e Ypres- había devenido en un impasse que, con brutales interludios, se prolongaría por casi cuatro años más. Especialmente en el sector británico (43 kilómetros de trincheras que se iniciaban al norte en St. Eloi, cerca de Ypres, para concluir al sur en el canal de La Bassée) el silencio reinante contrastaba vívidamente con los bombardeos artilleros de los días anteriores.
Progresivamente los ateridos centinelas ingleses fueron sacados de su sopor por un sonido atípico: decenas de metros más adelante surgía de las trincheras enemigas el inconfundible canto de voces masculinas. Los británicos estaban habituados a la canción patriótica alemana Die Wacht am Rhein, no muy distinta de la propia God save the King. Sin embargo, esta vez el repertorio elegido nada tenía de marcial y estridente: en medio del fango, las alambradas de espino y los cráteres de granadas podía oírse nítidamente la sonoridad suave y dulzona de villancicos navideños tales como Stille Nacht y O Tannenbaum.
Normalmente asomar la cabeza un par de segundos por encima del parapeto equivalía a una muerte casi segura a manos de los innumerables francotiradores que infestaban el frente. Sin embargo, aquella no era una noche normal, y ante la vista de los soldados británicos se presentó un espectáculo casi mágico: toda la extensión de las trincheras germanas resplandecía gracias a centenares de pequeños abetos adornados con velas a modo de improvisados y humildes árboles de Navidad.
Pronto comenzaron en varios sectores del frente verdaderos duelos corales entre los contendientes: cada bando entonaba alternadamente villancicos que eran saludados con vivas y aplausos desde las trincheras enemigas, siendo indudablemente el punto culminante la interpretación conjunta de Adeste fideles, conocido en Gran Bretaña bajo el título O Come All Ye Faithful. Una vez roto el hielo los adversarios empezaron a gritar deseándose mutuamente Feliz Navidad, y de allí a proponer un encuentro sólo hubo un paso. Tales propuestas fueron en muchos casos recibidas con natural desconfianza, pero aquí y allá varios soldados alemanes tomaron la iniciativa y comenzaron a abandonar sus trincheras y avanzar desarmados hacia las líneas enemigas, animando a sus contendientes a imitar su ejemplo. Así, minutos después se daba una escena extraordinaria: hombres que pocas horas antes habían intentado matarse se estrechaban ahora las manos, bromeaban e intercambiaban tabaco y alimentos. Contrariamente a una extendida creencia varios oficiales de ambos bandos participaron activamente de la confraternización, la cual tuvo lugar exclusivamente en la tierra de nadie a fin de evitar que el adversario pudiera reconocer las posiciones propias (en especial la ubicación de los nidos de ametralladoras). Poco a poco los soldados retornaron a sus líneas y los coros fueron enmudeciendo, concluyendo la Nochebuena tan apaciblemente como había comenzado.
Como contraste, en los sectores del frente a cargo de los ejércitos francés y belga los actos de confraternización tuvieron un carácter excepcional, debido respectivamente al tradicional resentimiento motivado por la pérdida de Alsacia y Lorena en 1870 y a recientes crímenes de guerra alemanes tales como el vandálico incendio de la biblioteca de Lovaina -que albergaba una invaluable colección de manuscritos medievales- y la monstruosa ejecución de 674 civiles en Dinant. De hecho, cuando se difundió la noticia de la confraternización entre tropas alemanas y británicas estas últimas debieron enfrentar a menudo la hostilidad de civiles franceses que consideraban tal tregua como poco menos que una traición...

El día de Navidad amaneció frío y cubierto de nieve, lo cual confería al paisaje el aspecto de una auténtica postal. Numerosos soldados, animados por la experiencia de la noche anterior y la luz diurna, retomaron la iniciativa y salieron nuevamente de sus trincheras: pronto la tierra de nadie se hizo indigna de tal nombre, siendo poblada por centenares de hombres.
Grande fue el alivio de los ingleses al constatar que sus adversarios no eran prusianos sino sajones y bávaros: en Gran Bretaña los primeros eran considerados enemigos irreconciliables, indignos de confianza y capaces de las peores atrocidades. Tratándose indudablemente de un prejuicio, sí parece evidente que las tropas de Sajonia y Baviera se mostraron más entusiastas a la hora de acordar un cese de fuego que sus camaradas de armas, tal como lo ejemplifica la anécdota de una voz procedente de las trincheras germanas diciendo en correcto inglés: “Nosotros somos sajones, ustedes son anglosajones. Si ustedes nos disparan, nosotros no dispararemos”.
La confraternización tuvo lugar en una atmósfera de inusitada cordialidad: tal como escribió el famoso caricaturista Bruce Bairnsfather, “ese día no hubo ni un átomo de odio en ninguno de los bandos”. Germanos y británicos descubrían con sorpresa que sus rivales no eran las bestias pintadas por la propaganda propia sino jóvenes con similares inquietudes y aficiones con los cuales normalmente hubieran podido entablar amistad. No casualmente muchos protagonistas rememoraron en sus relatos de ese día la segunda línea del Gloria: “Et in terra pax hominibus bonae voluntatis”.
Numerosos efectivos germanos habían vivido hasta el estallido del conflicto en Gran Bretaña -trabajando principalmente como camareros, taxistas y empleados de comercio- y sus conocimientos de inglés facilitaban enormemente la comunicación, dándose incluso el extraordinario caso de un Tommy londinense haciéndose cortar el pelo por su peluquero habitual, ahora devenido en soldado sajón. Varios testimonios mencionan la realización de improvisados partidos de fútbol -deporte ya entonces inmensamente popular- entre los adversarios, actividad que debe haber sido notablemente ardua teniendo en cuenta las condiciones del terreno.
El trueque que había comenzado incipientemente la noche anterior se reanudó a mayor escala. Junto a productos universales tales como chocolate y mermelada existían diferencias regionales: los británicos ofrecían Maconochie’s (un estofado enlatado a base de carne, papas y zanahorias que era cordialmente detestado por sus consumidores), budín de ciruelas, corned beef, bizcochos, té, cigarrillos y ron, mientras que los alemanes ofrecían dulces, nueces, salchichas, chucrut, café, bebidas espirituosas y cigarros (motivando estos últimos la admiración de un sargento inglés: “¡Atiza, es un batallón de millonarios!”).
Pero la tregua del 25 de diciembre no se limitaría al intercambio de saludos y presentes sino que estaría marcada por una tarea piadosa: la recolección de los muertos que yacían desde hacía días e incluso semanas en la tierra de nadie, para lo cual los contendientes convinieron un cese de fuego de varias horas de duración, acordándose asimismo que cada bando recogería los cadáveres enemigos situados frente a sus trincheras y los depositaría en una línea imaginaria que dividía la tierra de nadie, donde serían recibidos por sus compatriotas.
Sin duda las escenas más emotivas del día se vivieron allí donde germanos y británicos procedieron a enterrar en forma conjunta a sus muertos. El principal funeral de este tipo tuvo lugar al sudoeste de Fleurbaix, donde el 6° Batallón de Gordon Highlanders y el 2° Batallón del 15° Regimiento Westfaliano de Infantería recolectaron cerca de un centenar de cuerpos. Formados con sus oficiales al frente, todos con la cabeza respetuosamente descubierta, los adversarios asistieron a la ceremonia oficiada por el capellán Esslemont Adams y un joven estudiante de teología sajón, resonando en la tierra de nadie las familiares palabras del Salmo 23 en inglés y alemán:

The Lord is my shepperd: I shall not want.       
He maketh me to lie down in green pastures:
He leadeth me beside the still waters.

Der Herr ist mein Hirte, mir wird nichts mangeln.
Er weidet mich auf einer grünen Aue
und führet mich zum frischen Wasser.

A despecho de la prohibición vigente, durante la etapa inicial del conflicto numerosos combatientes llevaban consigo máquinas fotográficas y gracias a ello subsisten varios testimonios gráficos de la tregua de Navidad. Este retrato de un grupo de soldados alemanes (134° Regimiento Sajón) y británicos (Royal Warwickshire Regiment) fue tomada el 26 de diciembre de 1914 por el teniente segundo Cyril Drummond (Royal Field Artillery), quien posteriormente escribiría: “Había entre ellos tipos muy agradables... y uno dijo entonces: 'Nosotros no queremos matarlos y ustedes no quieren matarnos. ¿Para qué disparar?'


Desgraciadamente aquel día inolvidable tendría también facetas oscuras: varios soldados fueron tomados prisioneros al ingresar imprudentemente en las posiciones enemigas y otros resultaron muertos o heridos, generalmente por disparos procedentes de unidades que no participaban de la tregua. No todos los combatientes británicos se mostraron dispuestos a confraternizar con el enemigo, y en algunos casos las tentativas alemanas fueron rechazadas incluso con fanático salvajismo. Por ejemplo, en su diario el capitán Billy Congreve escribió: “Impartimos a los hombres órdenes estrictas de no permitir de ningún modo una ‘tregua’ como la que habíamos oído que ellos intentarían. Los alemanes lo intentaron. Vinieron hacia nosotros cantando. De modo que abrimos fuego rápido sobre ellos, que es la única especie de tregua que merecen”. Una  tragedia similar tuvo lugar en el sector de Verdún, a cargo del ejército francés: en su edición del 10 de enero de 1915 La Gazette de France declaró que “el día de Navidad los alemanes abandonaron sus trincheras exclamando ‘¡Dos días de tregua!’. Su treta no dio resultado. Casi todos ellos fueron abatidos por una inmediata descarga de fusilería”.

Al anochecer los participantes de la confraternización comenzaron a despedirse y regresar a sus trincheras. La mayoría de ellos eran conscientes de que, a pesar del ambiente reinante, tarde o temprano la normalidad volvería con todo su rigor: al despedirse de un Tommy con el cual había departido un soldado alemán dijo: “Hoy tenemos paz. Mañana tú lucharás por tu país, yo por el mío: buena suerte”. Sin embargo, felizmente la tregua proseguiría durante el 26 de diciembre (denominado en Gran Bretaña Boxing Day y en Alemania Zweiter Weihnachtsfeiertag) y se prolongaría mayormente hasta Año Nuevo; en algunos sectores la actitud de “vivir y dejar vivir” persistiría incluso durante varias semanas más.
Mientras que buena parte de la oficialidad de ambos ejércitos hizo la vista gorda ante la tregua (fuera por secreta simpatía o por considerar pragmáticamente que facilitaba la reparación de las posiciones propias, sumamente deterioradas a raíz del clima), la reacción de los rangos superiores distó de ser igualmente condescendiente. Sir Horace Smith-Dorrien, comandante del II Cuerpo, desaprobó enérgicamente el cese de fuego e inquirió el nombre de oficiales y unidades participantes a fin de tomar medidas disciplinarias; similar actitud fue adoptada por el mariscal de campo Sir John French, comandante de la Fuerza Expedicionaria Británica. Por su parte, el alto mando alemán emitió el 29 de diciembre una orden que prohibía toda forma de confraternización, amenazando con castigar las infracciones como actos de alta traición: sin embargo, no hay constancia de que ningún miembro de ambos ejércitos haya sido realmente sometido a una corte marcial.
La tregua de Navidad de 1914 estaba destinada a ser un episodio fugaz en la Gran Guerra. Con la ofensiva británica de Neuve-Chapelle en marzo de 1915 el conflicto se reanudó con toda su violencia, y si bien esa Navidad se producirían treguas locales, las mismas tendrían lugar a una escala mucho más modesta (principalmente debido a las órdenes impartidas por los altos mandos y al creciente encono entre los enemigos). 1916 sería el año de Verdún y el Somme, y con tales Materialschlachten (“batallas de material”) la guerra adquirió un carácter dantesco e inhumano que relegó definitivamente al pasado todo tipo de confraternización. Pero justamente por su condición de efímera y única la tregua de 1914 continúa ejerciendo un siglo después una irresistible fascinación como extraordinario ejemplo de humanidad en medio de los horrores de la guerra, constituyendo quizás la más hermosa historia de Navidad desde el pesebre de Belén...
 

Mario Díaz Gavier


© 2014, Mario Díaz Gavier