sábado, 2 de marzo de 2013

INFANTERÍA DEL RENACIMIENTO (1): LOS PIQUEROS SUIZOS


La resonante victoria obtenida en 1315 por los montañeses suizos sobre la caballería feudal de los Habsburgo en Morgarten es tradicionalmente considerada como el resurgimiento de la infantería tras los largos siglos que siguieron al ocaso de las legiones romanas. Y aunque ya existían antecedentes (principalmente la batalla de Kortrijk en 1302, donde las milicias urbanas flamencas batieron a los caballeros franceses), resulta innegable que los llamados Reisläufer pronto se convirtieron en los soldados más temidos de su tiempo, reputación que sobreviviría a fenómenos más fugaces como los citados milicianos flamencos, los arqueros ingleses y el Wagenburg (“fortaleza de carros”) de los rebeldes husitas.

Como muchos de sus compatriotas, el artista y orfebre Urs Graf (1485-1529) alternó sus oficios de tiempo de paz con la rentable pero riesgosa actividad de Reisläufer -participó por ejemplo de la batalla de Marignano- y su obra constituye un vívido cuadro de la vida de los mercenarios suizos a comienzos del siglo XVI. Esta ilustración muestra un consejo de guerra: la figura situada al centro es probablemente el barón Ulrich VII von Hohensax, comandante de las tropas suizas en la campaña de Milán de 1511-1513.


Sería recién en 1422, como consecuencia de la derrota sufrida en Arbedo a manos del condotiero Carmagnola, que la infantería suiza comenzaría a emplear el arma que la haría famosa. En dicha batalla los hombres de armas italianos habían sido provistos de largas lanzas que superaban el alcance de las alabardas utilizadas por los helvéticos, lo que llevó a éstos a adoptar poco después una monstruosa pica de fresno de 5,83 m de longitud (no muy distinta de la sarissa de la falange macedonia), destinada a herir el pecho del caballo antes de que la lanza del jinete hiciera lo propio con el piquero. El número de alabarderos fue reduciéndose con el paso del tiempo (a principios del siglo XIV representaban el 80% de la tropa pero en 1476 dicho porcentaje había descendido a la mitad), mientras que la pica adoptaba una longitud de unos 4,50 metros. Recién en 1465 los suizos abandonarían sus prejuicios contra las armaduras -hasta entonces se jactaban de que el único hierro que portaban era el de la punta de sus armas- y equiparían a la primera línea de piqueros con los numerosos ejemplares capturados durante las anteriores campañas. En cuanto a las armas de fuego portátiles, si bien terminarían por desplazar al arco y la ballesta, nunca pasarían de jugar un rol secundario. Su empleo presentaba diferentes variantes: bien precediendo en orden abierto a un bloque de piqueros (un cometido no muy distinto del asignado a la infantería ligera durante los siglos XVIII y XIX), integrando la segunda hilera de un escuadrón (la primera seguía siendo confiada a las picas) o formando “alas” adosadas a los flancos de tal formación.

Un grupo de cuatro músicos en la versión de Urs Graf. Resulta llamativo el tamaño de los dos instrumentos de la izquierda, pues por su longitud no se trata de pífanos -poseedores de un penetrante registro agudo- sino de flautas: por otro lado, la actitud de los Reisläufer no sugiere en modo alguno una marcha sino más bien…¡un amable concierto!

La infantería suiza alcanzaría su apogeo en los diez meses comprendidos entre marzo de 1476 y enero de 1477, cuando infligió a las fuerzas de Carlos el Temerario las derrotas de Grandson, Murten y Nancy (ocasión esta última en la que el citado perdió la vida) y marcó así el ocaso del ducado de Borgoña. Tal impactante triunfo -que sería posteriormente complementado por los éxitos obtenidos contra Maximiliano I en la Guerra Suaba de 1499- convirtió a los helvéticos en los mercenarios más cotizados de Europa. Entre sus empleadores se contaría el Papa (que fundaría en 1506 la legendaria Guardia Suiza “pro custodia palatii nostri”) y muy especialmente Francia, cuya infantería autóctona revelaría hasta mediados del siglo XVII una frustrante inferioridad: ya en 1475 Luis XI había contratado los servicios de un centenar de Reisläufer como guardias de corps, los cuales se harían famosos bajo el nombre de Garde de Cent Suisses. 
La clave de los éxitos obtenidos por los esguízaros -tal como se los llamaba en España- radicaba en gran parte en el uso de la formación de combate denominada Schlachthaufen o bataillon carrée. Desplegados en compactos bloques de alabarderos rodeados por piqueros (habitualmente 50 hombres de frente y 30 de fondo), los infantes suizos eran invulnerables a las cargas de caballería que habían dominado los campos de batalla de Europa por cerca de diez siglos. Las cuatro primeras hileras de piqueros apuntaban sus armas hacia adelante mientras que las siguientes mantenían sus picas verticales, listos para cubrir eventuales huecos: una vez producido el choque con una formación enemiga, los piqueros ensanchaban sus hileras a fin de permitir la salida de los alabarderos, que asestaban el golpe de gracia al adversario. Otra importante innovación táctica introducidas por los helvéticos fue la división del ejército en tres formaciones: la Vorhut (vanguardia), la Gewalthut (grueso o “batalla”) y la Nachhut (retaguardia), una estructura que sería imitada por los principales ejércitos europeos.

La traición de Novara, ilustración que integra la Crónica de Lucerna de Diebold Schilling el Joven (1460-1515). En abril de 1500 el ejército milanés de Ludovico Sforza enfrentaba a las tropas francesas de La Tremoille y Trivulzio cuando estos últimos, aprovechando la negativa de los mercenarios suizos de ambos ejércitos a combatir contra sus compatriotas, ofrecieron a los helvéticos al servicio de Milán la posibilidad de regresar a su tierra con honores militares. Ante la desintegración de su ejército, Sforza intentó escapar disfrazado de Reisläufer, pero un tal Hans Turmann lo delató a cambio de 200 florines y el desdichado duque pasaría el resto de su vida en cautiverio. El traidor nunca pudo gozar de su recompensa: tal infracción del código de honor de los esguízaros le valió ser trasladado en grilletes a su patria, juzgado y condenado a la horca.
 
El empuje de los soldados suizos era proverbial, hallándose los mismos sujetos a un código draconiano que establecía que aquel que intentara huir durante la batalla debía ser muerto en el acto por sus compañeros. Obviamente el adversario no quedaba exceptuado de tal rigor: la costumbre de las tropas suizas de no hacer prisioneros -desdeñando incluso la perspectiva de cobrar rescate por cautivos ilustres- les valió un merecida fama de brutalidad y un tratamiento similar a manos de sus rivales. Un intento loable de regular la conducta de la tropa en tiempos de guerra estuvo representado por la llamada Carta de Sempach, redactada en 1393 en Zürich: la misma protegía a mujeres, niños y ancianos e imponía severas penas para quienes saquearan iglesias y maltrataran religiosos.
A pesar de sus notables virtudes, las debilidades intrínsecas del sistema militar helvético pronto quedarían al descubierto. Los intereses de los distintos cantones no siempre eran coincidentes y a ello se sumaba la organización “gremial” de los contingentes, todo lo cual convertía la toma de decisiones en un proceso arduo y prolongado. Así, se daba una notable paradoja: la Confederación Suiza, que inundaba Europa con miles de excelentes soldados y que tan mortífera eficacia mostrara luchando en defensa de su territorio, era incapaz de producir siquiera un comandante destacado y de organizar por su propia cuenta una invasión a gran escala de territorio enemigo.

Otra ilustración de la Crónica de Lucerna, esta vez dedicada al cruce de los Alpes por una columna de Reisläufer: nótese que la misma incluye una mujer. El paso de San Gotardo era utilizado originariamente por los pastores suizos para llevar ganado a los mercados de Lombardía, y con posterioridad se convertiría en la principal ruta de los mercenarios que participarían de las guerras de Italia: a aquellos oriundos de valles pobres y superpoblados, la llanura del Po debía presentárseles como una verdadera Tierra Prometida.

Por su parte, los contingentes a sueldo de potencias extranjeros no sólo adquirieron renombre por su arrojo en combate sino también por su intransigencia en lo relativo a temas financieros. En efecto, bastaba que se produjera un retraso en el pago de sus haberes para que los infantes suizos levantaran campamento y regresaran a sus montañas sin atender ruegos ni súplicas: no en vano se decía que pas d’argent, pas de Suisse (“sin plata no hay suizos”). Su única lealtad era para sí mismos, evidenciada en la norma que impedía a dos contingentes helvéticos a luchar entre sí y que tan fatídica resultara a Ludovico Sforza, duque de Milán que debió asistir impotente a la defección de sus mercenarios.
Si bien la Reisläuferei era una suculenta fuente de ingresos para la Confederación Suiza (y muy especialmente para aquellas autoridades cantonales que recibían pensiones de empleadores extranjeros), no faltaron voces críticas al sistema: entre ellas se destacó el reformador Ulrich Zwingli, quien impidió que entre los 16.000 mercenarios contratados por Francisco I en 1522 se contara un contingente de Zürich.


Mario Díaz Gavier

(Reproducido de Bicoca 1522La primera victoria de Carlos V en Italia por gentileza de Almena Ediciones, Madrid).


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