sábado, 28 de junio de 2014

LAS PRIMERAS VÍCTIMAS DE LA GRAN GUERRA


 
Hace exactamente un siglo el heredero del Imperio Austro-húngaro, archiduque Franz Ferdinand von Österreich-Este, y su mujer Sophie Chotek fueron asesinados en Sarajevo por el terrorista serbo-bosnio Gavrilo Princip. El crimen desató una crisis diplomática que se extendió por toda Europa y que, a consecuencia del nefasto automatismo del sistema de alianzas, devendría poco después en el conflicto más mortífero que asolara hasta entonces el Viejo Mundo: la Primera Guerra Mundial.
Una de las circunstancias más chocantes del magnicidio es la despersonalización que lo rodea: tal como señala el historiador australiano Christopher Clark en su monumental trabajo Los sonámbulos, dichos asesinatos han sido tradicionalmente denominados por el lugar donde tuvieron lugar más que por las víctimas (mientras que, por contraste, nadie se refiere al homicidio de John F. Kennedy como “el asesinato de Dallas“). En ese sentido, parece oportuno trazar una breve semblanza de quienes fueron las primeras víctimas de la Gran Guerra.

La imagen póstuma de Franz Ferdinand ha sido generalmente negativa, y ello se debe tanto a su personalidad como a los numerosos enemigos adquiridos. Acostumbrado a expresarse sin rodeos y a no disimular sus antipatías personales, el archiduque pertenecía a aquella clase de individuos en los cuales sinceridad y brusquedad van de la mano y que carecen del don de gentes necesario para adquirir el aura de bonhomía -generalmente infundada- que rodea a ciertos hombres públicos. A ello se sumaba su pasión por la caza, rayana en lo enfermizo: reputado en su juventud como uno de los mejores tiradores del mundo, en el transcurso de su vida cobraría 274.889 piezas, una cifra aberrante incluso para los estándares contemporáneos.
Gran parte de la hostilidad que Franz Ferdinand sufrió en Viena fue consecuencia de su decisión de desposar a la condesa Sophie Chotek von Chotkowa und Wognin, perteneciente a un distinguido linaje bohemio pero considerada por los restantes Habsburgo de rango insuficiente para una futura emperatriz (a la vez que se le reprochaba su carácter sencillo, serio y devoto). La pareja fue objeto de violentas presiones para concluir su relación, pero ante la firme actitud de Franz Ferdinand el emperador se vio obligado finalmente a autorizar en 1900 un matrimonio morganático que excluía a Sophie y su descendencia de la sucesión del trono. Si bien le serían concedidos los títulos de princesa y duquesa de Hohenberg, la corte vienesa -encabezada por el príncipe Montenuovo, mayordomo imperial- nunca perdonaría a Sophie su triunfo y la sometería a un refinado y cruel rosario de humillaciones: además de negársele el título de archiduquesa le estaba vedado sentarse junto a su marido en cenas de gala y compartir con él el palco real de la ópera y la carroza dorada de los Habsburgo...
En 1906 Franz Ferdinand fue nombrado inspector general del ejército y una de sus medidas fue recomendar al general Franz Conrad von Hötzendorf como jefe de Estado Mayor, quien en los años siguientes propondría sucesivamente guerras preventivas contra Rusia, Italia, Rumania, Montenegro y muy especialmente Serbia, a quien denunciaba -no sin razón- como fuente de conatos secesionistas en las regiones sudeslavas del imperio. Frecuente y erróneamente se ha interpretado la simpatía personal del archiduque hacia el general como aprobación de tal actitud: en realidad, el insensato belicismo de Conrad se hallaba en abierta contraposición con la política de los Habsburgo y en diciembre de 1911 le costaría su puesto. Si bien un año más tarde Conrad recuperaría su cargo, su relación con Franz Ferdinand permaneció tirante y parece evidente que sólo el asesinato del archiduque evitó la oportuna y definitiva destitución de quien sería uno de los protagonistas de la Crisis de Julio.
En el orden político Franz Ferdinand planeaba -una vez ascendido al trono- una reestructuración el sistema imperial, disminuyendo la excesiva hegemonía húngara en las regiones orientales del imperio (consecuencia del tratado de 1867) y proporcionando mayor autonomía a los pueblos eslavos mediante la creación una federación de quince Estados: sería justamente esta iniciativa lo que lo convertiría en víctima de un atentado destinado a cambiar la historia del siglo XX.

Franz Ferdinand von Österreich-Este y Sophie Chotek von Chotkowa und Wognin junto a sus hijos (de izquierda a derecha) Ernst, Sophie y Maximilian. En una época donde los matrimonios por conveniencia eran la norma de la alta sociedad europea, el casamiento por amor entre Franz Ferdinand y Sophie fue un hecho notable. En una confidencia realizada a un amigo en 1904, el archiduque afirmaría que la decisión más inteligente de su vida había sido desposar a “mi Soph“, considerada su “entera felicidad“. Igualmente cálidos eran sus sentimientos hacia sus hijos, a quienes elogió como su “entera delicia y orgullo“: “Me siento con ellos y los admiro todo el día porque los amo tanto“. En la fatídica mañana del 28 de junio de 1914 Sophie Chotek recibió en el ayuntamiento de Sarajevo a una comitiva de mujeres locales y señaló pensativa a una niña: “Tiene la misma altura que mi Sophie“. Poco después expresó su ansia por reencontrarse con su familia: “Nunca hemos dejado a nuestros hijos solos por tanto tiempo“.

El origen del panserbismo contemporáneo se remonta a un memorándum secreto redactado en 1844 por el ministro del interior Ilija Garašanin y conocido a partir de su publicación en 1906 como Načertanije. Este “Programa para la política nacional y exterior de Serbia“ era poco más que un plagio de un texto del checo František Zach, con una importante salvedad: allí donde Zach escribiera “sudeslavo“ Garašanin había sustituído dicho término por “serbio“, convirtiendo así la propuesta de una federación en un manifiesto nacionalista. Ya las líneas iniciales de Načertanije no dejaban duda sobre su ideología expansionista: “Serbia es pequeña, pero no debe permanecer en dicha condición“. Dicha “Gran Serbia“ se fundamentaba en la restauración del imperio medieval de Stepan Dušan, que incluyera la mayoría de las actuales Serbia, Albania, Macedonia y la región central y norte de Grecia pero, curiosamente, no Bosnia-Herzegovina: tales pretensiones territoriales eran formuladas a despecho de que ni los católicos croatas ni los musulmanes bosnios mostraran mayor entusiasmo en ser absorbidos por la Serbia ortodoxa.
El principal argumento del panserbismo para justificar su objetivo de asimilar Bosnia-Herzegovina era la presunta opresión del país a manos de Austria-Hungría, afirmación que no resiste un somero análisis. Ocupada de facto por Austria en 1878, Bosnia-Herzegovina había alcanzado en 1914 un nivel de prosperidad similar al resto de la monarquía dual, con un ingreso per cápita superior al de Serbia. Si bien los Habsburgo no habían abolido aún el sistema feudal otomano denominado agaluk, ciertamente facilitaron la emancipación de los kmets o siervos, y hasta el estallido de la Gran Guerra más de 40.ooo de ellos habían adquirido su autonomía. Asimismo la agricultura y la industria gozaron de un notable crecimiento, acompañado por importantes inversiones en infraestructura vial y ferroviaria. Sin duda la insuficiente mejora del sistema educativo fue el punto débil de la administración austríaca, pero en ese ítem Serbia tampoco gozaba de preeminencia: en una fecha tan tardía como 1900 Belgrado ostentaba una tasa de analfabetismo del 79%, que aumentaba al 88 % en la región sudeste del país (valga decir que en 1905, ante la necesidad de incrementar los ingresos fiscales, el Skupština o parlamento serbio optó por gravar impositivamente los libros escolares y no la destilación casera...)
La anexión formal de Bosnia-Herzegovina por parte de Austria-Hungría en 1908 desató una ola de histeria nacionalista en Serbia y tuvo por consecuencia el surgimiento de Srpska Narodna Obbrana (Defensa Nacional Serbia), una organización integrada por miles de miembros y cuyo objetivo era organizar bandas guerrilleras y redes de espionaje en el territorio irredento. Si bien el 31 de marzo de 1909 Serbia, cediendo a la presión diplomática del Imperio Austro-húngaro, renunciaría formalmente a sus pretensiones sobre Bosnia-Herzegovina y desarmaría -al menos nominalmente- a Srpska Narodna Obbrana relegándola al rol de una organización de propaganda, ello exacerbó aún más a los sectores fundamentalistas, y el 3 de marzo de 1911 tuvo lugar en un apartamento de Belgrado la fundación de Ujedinjenje ili smrt! (¡Unión o muerte!), una organización clandestina destinada a ser más conocida por su siniestro apodo: “la Mano Negra“.
El alma mater de la misma era Dragutin Dimitrijević, un oficial del ejército que se desempeñaba como profesor en la Academia Militar y que era apodado “Apis“ por sus admiradores debido a su presunta similitud con el dios egipcio. Laborioso, intrigante y misógino, siendo un joven teniente había participado de la conjura que culminó en el bestial asesinato del rey Alexandar y la reina Draga en 1903, hecho que le ganó gran popularidad en un país cuyo héroe nacional era Miloš Obilić, aquel caballero semilegendario que durante la batalla de Kosovo (1389) lograra introducirse en el campamento turco y ultimar al sultán Murad I: no en vano la insignia oficial de Ujedinjenje ili smrt! incluía una calavera, tibias cruzadas, un puñal, un frasco de veneno y una bomba...
Las Guerras Balcánicas de 1912-1913 tuvieron enormes consecuencias en Serbia: el notable desempeño de su ejército y la conquista de nuevos territorios (acompañada por numerosas atrocidades cometidas contra la población musulmana) provocaron euforia, mientras que la imposición de una Albania independiente por parte de Austria-Hungría y las demás potencias fue considerada un ultraje. En medio de tal atmósfera ultranacionalista la Mano Negra -integrada en el ínterin por numerosos miembros de la cúpula militar- comenzó a planear un atentado contra Franz Ferdinand, el cual visitaría Sarajevo a principios del verano de 1914 en el marco de las maniobras militares en Bosnia-Herzegovina: a tal fin serían reclutados los jóvenes serbo-bosnios Trifko Grabež, Nedeljko Čabrinović y Gavrilo Princip, ninguno de ellos mayor de 19 años.
La elección del archiduque como blanco no se debió a su presunta hostilidad hacia las minorías eslávicas sino justamente a su buena predisposición hacia las mismas: tal como Princip lo admitiría con sorprendente franqueza, “como futuro soberano él hubiera impedido nuestra unión llevando a cabo ciertas reformas“. Los fundamentalistas de la “Gran Serbia“ contemplaban alarmados todo aquello que jaqueara sus pretensiones sobre Croacia, Eslovenia y Bosnia-Herzegovina, y como bien lo afirma Clark, su elección “ejemplifica una constante en la lógica de los movimientos terroristas, específicamente el hecho de que reformistas y moderados son más de temer que enemigos declarados y elementos radicales“.
El entrenamiento de los asesinos tuvo lugar en Belgrado, y el 27 de mayo les fueron suministradas cuatro pistolas y seis bombas, procedentes del Arsenal Estatal de Kragujevac: a fin de borrar todo rastro Princip y sus cómplices debían suicidarse una vez perpetrado el atentado, para lo cual fueron provistos de sendas dosis de cianuro. Pocos días después los terroristas ingresaron a Bosnia-Herzegovina con la colaboración de guardias fronterizos serbios, y en Sarajevo tomarían contacto con cuatro miembros locales de la Mano Negra.
Si bien la conspiración no era obra del gobierno de Belgrado, el primer ministro Nikola Pašić estaba al tanto de la misma: el hecho de que se abstuviera de intervenir habla tanto de su carácter tortuoso -probablemente considerara el atentado como un providencial catalizador de un conflicto inevitable- como de la debilidad de las autoridades civiles en una Serbia marcadamente militarista, con un ejército envalentonado a raíz de sus recientes éxitos y que representaba además una de las escasísimas posibilidades de ascenso social en una población predominantemente rural. Las únicas medidas adoptadas -y ello recién en el último tercio de junio- se limitaron a una investigación de las actividades fronterizas y una vaga advertencia transmitida al ministro de finanzas austro-húngaro Leon Biliński a través del diplomático Jovan Jovanović, en el sentido de que una visita a Sarajevo de Franz Ferdinand coincidiendo con el aniversario de la derrota de Kosovo podría ser tomada como una provocación: Pašić omitió así prevenir en forma directa e inequívoca al gobierno de Viena, probablemente pues ello implicaría admitir conocimiento del complot y tener que justificar su actitud prescindente.

El resto de la tragedia es ya conocido: el domingo 28 de junio de 1914 Franz Ferdinand y su mujer arribaron en tren a Sarajevo procedentes del balneario de Ilidža y abordaron un doble faetón Gräf & Stift con destino al ayuntamiento de la ciudad. Durante el trayecto la columna de seis automóviles fue blanco de una bomba lanzada por Nedeljko Čabrinović, la cual falló su objetivo (gracias a la oportuna reacción del chofer, que aceleró al divisar el objeto, y de Franz Ferdinand, que extendió su brazo para proteger a su mujer), hiriendo sólo a dos miembros de la escolta así como a media docena de espectadores. Mientras Čabrinović era detenido tras un infructuoso doble intento de suicidio, los huéspedes y sus anfitriones decidieron con toda parsimonia continuar su programa (tal desidia en las medidas de seguridad resulta particularmente incomprensible cuando se recuerda que en 1898 los Habsburgo ya habían sido blanco de un atentado que costó la vida a la emperatriz Isabel). Menos de una hora después la comitiva abandonaba el ayuntamiento en dirección al hospital militar, donde la pareja quería visitar a uno de los heridos antes de emprender el regreso. A raíz de un malentendido los dos automóviles que iban a la cabeza erraron el camino y debieron frenar: en ese momento Gavrilo Princip se abalanzó hacia el vehículo que transportaba a Franz Ferdinand y Sophie y disparó dos veces a quemarropa con su pistola FN Modelo 1910. El primer proyectil, tras atravesar el costado del coche, alcanzó a la duquesa en el abdomen, y el segundo hirió al archiduque en el cuello, quien alcanzó a exclamar desesperado: “¡Sophie! ¡Sophie! ¡No te mueras, permanece con vida por nuestros hijos!“ El chofer se dirigió a toda velocidad hacia el palacio Konak, residencia del gobernador, pero al llegar allí Sophie ya había muerto y Franz Ferdinand se hallaba en coma, falleciendo pocos minutos después: habían sido asesinados en su decimocuarto aniversario de casamiento.

Concluye este artículo con una certera reflexión de Christopher Clark acerca de nuestra actual visión del atentado de 1914: “Nuestra brújula moral también ha virado. El hecho de que una Yugoslavia dominada por Serbia emergiera como uno de los Estados vencedores de la guerra pareció implícitamente reivindicar el acto del hombre que oprimió el gatillo el 28 de junio: ciertamente tal era el punto de vista de las autoridades yugoslavas, que marcaron el lugar donde lo hizo con huellas en bronce y una placa celebrando 'los primeros pasos en la libertad yugoslava' del asesino. En una era donde la idea nacional aún era promisoria había una intuitiva simpatía hacia el nacionalismo sudeslavo y escaso afecto hacia la comunidad multinacional del imperio de los Habsburgo. Las guerras de Yugoslavia de la década de 1990 vinieron a recordarnos la letalidad del nacionalismo balcánico: desde Srebrenica y el asedio de Sarajevo resulta más difícil pensar en Serbia como un mero objeto o víctima de la política de las grandes potencias y más facil concebir al nacionalismo serbio como una fuerza histórica por derecho propio. Desde la perspectiva actual de la Unión Europea nos inclinamos a mirar ahora con mayor comprensión – o al menos con menor desdén- el extinguido mosaico imperial de la Austria-Hungría de los Habsburgo“.

Mario Díaz Gavier

© 2014, Mario Díaz Gavier

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