La
imprecisión de los mosquetes de la era napoleónica tenía por consecuencia un irrisorio
porcentaje entre disparos e impactos de apenas 0,3 %: no en vano un teórico
militar prusiano afirmaría que para poner fuera de combate a un hombre era
necesario dispararle su propio peso en plomo o diez veces su peso en hierro
(proyectiles de mosquete y de cañón
respectivamente). A ello se sumaba la baja cadencia de fuego de las armas de
infantería, por lo que no resulta sorprendente constatar la importancia que
tenía entonces la bayoneta, ejemplificada por la famosa frase del mariscal Suvorov: “la bala es loca, la
bayoneta confiable”.
El ejército inglés no era ajeno a dicha limitación del mosquete, a pesar de la autoproclamada superioridad
de sus tiradores. El historiador Paddy Griffith ha escrito con ironía sobre
dicha creencia: “Hay algo
altamente convincente para la mentalidad inglesa en la descripción de Oman [prominente
historiador militar de comienzos del
siglo xx] de la delgada línea vestida de
rojo sosteniendo su terreno contra toda expectativa, disparando
encarnizadamente hasta exterminar a las hordas extranjeras. Por sobre todo
parece encajar perfectamente en la tradición nacional iniciada en Agincourt y continuada posteriormente en Mons. Al inglés le gusta pensar en sus
soldados como tiradores expertos que pueden extraer mucho más de
sus armas personales que sus excitables oponentes foráneos. Si el arma en cuestión
es un arco largo, un mosquete Brown Bess o un fusil Lee-Enfield, ello parece
hacer poca diferencia”.
La principal
causa de la imprecisión del mosquete era el hecho de poseer ánima lisa (se
denomina “ánima” a las paredes interiores del cañón de un arma de fuego),
existiendo además un espacio excesivamente amplio entre la misma y la bala:
ello provocaba un movimiento transversal del proyectil en el momento del
disparo y la pérdida de parte de los gases producidos por la pólvora. La
solución consistía en recurrir a armas rayadas, es decir, cuya ánima poseía un
estriado helicoidal que imprimía al proyectil un movimiento rotatorio: para
ello era necesario que el proyectil calzara ajustadamente, con lo cual además se
aprovechaba plenamente el efecto de la carga propulsora. Dichas armas eran
conocidas desde hacía ya más más de dos siglos pero su costo y complejidad
hacían que fueran primordialmente utilizadas para la caza, siendo por ejemplo
populares en Alemania y Austria. Fue recién a principios del siglo XVIII, al
surgir las tácticas de infantería ligera, que
se valorizó el tiro de precisión y por consiguiente las armas rayadas:
previblemente, la necesidad de tiradores diestros llevó a las nuevas tropas a
enrolar cazadores, ingresando así dicha denominación en la terminología militar.
En 1800 el
ejército británico, tras experimentar en carne propia la eficacia de las armas
rayadas durante la Revolución Norteamericana y de la infantería ligera francesa
en los Países Bajos y constatar el destacado desempeño de los Jäger austríacos en la reciente campaña
de Italia, fundó un Cuerpo Experimental de Rifleros. El equipamiento de dicha
unidad diferían notablemente del de las tropas convencionales: sus efectivos estaban
armados con el rifle Baker (considerablemente más preciso que el mosquete Brown
Bess gracias a su ánima provista de siete estrías, la cual sin embargo complicaba
sensiblemente la recarga), vestían uniformes verde oscuro para mimetizarse con la
vegetación y prescindían de banderas y tambores en pos de la movilidad (al
igual que en la caballería, las órdenes eran transmitidas por clarines).
Asimismo, su adiestramiento hacía hincapié en el tiro al blanco (algo inusual en
el resto de la infantería, donde se priorizaba el fuego en salvas y la puntería
era un factor secundario), en operar en orden abierto aprovechando la cobertura
proporcionada por el terreno y en el incentivo de la iniciativa personal. El
éxito de la innovación representada por una unidad íntegramente constituída por
cazadores tendría por resultado la
transformación de numerosos regimientos convencionales en infantería ligera,
aunque ninguno alcanzaría el renombre del Regimiento 95, como había sido rebautizado el
Cuerpo Experimental de Rifleros a fines de 1802.
Mario Díaz Gavier
(Reproducido de Cada casa era una fortaleza. Buenos Aires 1806-1807: la peor derrota británica durante las guerras napoleónicas por gentileza de Ediciones del Boulevard, Córdoba).
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