La captura
de Breda
no sería el único éxito obtenido por las armas españolas en 1625. El año
anterior una flota holandesa había conquistado Bahía, capital de la colonia
portuguesa de Brasil: sin embargo, la reacción hispana no se hizo esperar. Bajo
el mando de don Fadrique de Toledo, una imponente armada compuesta por 52
barcos y 12.566 hombres -la mayor que hubiera jamás cruzado el Atlántico- hizo
su aparición en Bahía el domingo de Pascua de 1625, procediendo a desembarcar
cuatro mil soldados que inmediatamente iniciaron el asedio de la plaza. El 30
de abril la guarnición, tras haber realizado infructuosamente algunas salidas e
incluso un ataque con brulotes, se rindió para evitar las ominosas consecuencias
del
inminente asalto. Seis naves holandesas habían sido hundidas y otras doce
capturadas, sumándose a un botín que incluía 18 banderas y 260 cañones.
Un mes
después arribó tardíamente una flota neerlandesa de refuerzo que, decepcionada
ante la noticia, se dividió en dos escuadrones, poniendo uno de ellos proa al
Caribe y presentándose ante San Juan de Puerto Rico el 24 de septiembre de ese
mismo año. Los holandeses saquearon la ciudad y la catedral, pero el fuerte de
San Felipe del Morro fue heroicamente defendido durante cuatro semanas por el
gobernador don Juan de Haro (con trece años de Flandes a cuestas) y sus trescientos
hombres hasta que finalmente los invasores se dieron por vencidos y se
retiraron tras haber perdido un barco y dos lanchas cañoneras y sufrido
alrededor de cuatrocientas bajas. Tras merodear durante varios meses más por el
Caribe, la diezmada expedición puso en julio de 1626 rumbo a Holanda tras la
muerte de su comandante.
La otra
parte de la flota se había dirigido a África y, tras reunirse con otro
escuadrón, apareció a fines de octubre de 1625 frente al fuerte de São Jorge da
Mina, defendido apenas por 57 soldados. Sin amilanarse, el gobernador don
Fernando de Sotomayor procedió a repartir entre los reyezuelos locales el oro
almacenado a cambio de novecientos guerreros que no tardó en armar y proveer de
cabos ibéricos. A poco de desembarcar, la expedición neerlandesa sufrió una
fulminante emboscada: 442 de los invasores fueron masacrados y los
sobrevivientes emprendieron el ignominioso regreso tras un violento e ineficaz
bombardeo del
fuerte.
Concluyendo
con la lista de reveses experimentados en ultramar, la Compañía de las Indias
Occidentales sufrió otra amarga derrota en la cuenca del Amazonas, donde el
enérgico Bento Maciel Parente (que en los años anteriores conquistara numerosos
fuertes holandeses) logró expulsar a los intrusos de Corupá.
Defensa de Cádiz contra los ingleses
de Francisco de Zurbarán (1598-1664). En primer plano puede verse sentado a don
Fernando Girón, marqués de Sofraga: su avanzada edad y la dolorosa gota que
padecía no le impidieron dirigir con extraordinaria energía la defensa de la
ciudad desde una silla de manos. Atrás puede verse el combate entre las galeras
españolas y los galeones anglo-holandeses: a pesar de hallarse ya desfasada, la
galera demostró que aún era un rival digno de respeto y continuaría en servicio
hasta una fecha tan tardía como 1790, cuando la flota sueca aniquiló a la
armada rusa en la batalla de Svensksund.
La situación
no era mejor para las Provincias Unidas en las aguas europeas. El 23 de octubre
de 1625 una terrorífica tempestad asoló durante más de 24 horas el Mar del
Norte e hizo naufragar a la mayor parte de la flota anglo-holandesa que
bloqueaba Dunkerque. La oportunidad era demasiado buena como para desperdiciarla: el
día 25 dos escuadrones abandonaron el fondeadero. El primero de ellos,
integrado por cinco naves reales y siete corsarias, sorprendió en la cercanías
de las Shetland al grueso de la flota arenquera holandesa, compuesta por unos
doscientos pesqueros escoltados por seis buques de guerra. Tras un breve
combate en cuyo transcurso los flamencos hundieron a uno de los escoltas y
abordaron a otro, los restantes emprendieron la huída dejando a las embarcaciones
pesqueras libradas a su suerte: las de mayor porte fueron capturadas y de las
restantes alrededor de cuarenta fueron expeditivamente echadas a pique. Por su
parte, el segundo escuadrón de Dunkerque se dedicó a capturar a los pesqueros
dispersos y a varios barcos mercantes que intentaban desesperadamente alcanzar
los puertos holandeses. Así, en el espacio de dos semanas las Provincias Unidas
perdieron cerca de 150 naves, incluyendo 84 pesqueros y una veintena de buques
de guerra. Además, fueron hechos unos 1.400 prisioneros, entre ellos varios
oficiales que devinieron en rehenes: el temor a represalias llevó a los
holandeses a cesar abruptamente con la criminal práctica del “lavapiés”.
Pero los
infortunios de los enemigos de España aún no habían concluído. A mediados de octubre
había zarpado de Plymouth
una poderosa flota compuesta por más de un centenar de naves (88 británicas y 24
holandesas) que incluía 5.000 marinos y 12.000 soldados: su objetivo era devastar
el puerto de Cádiz -defendido únicamente por siete galeras y una docena de
galeones y naos- y apoderarse de la flota de Indias. Ninguno de
estos objetivos fue logrado: si bien los invasores lograron desembarcar y
capturar el fuerte de Puntal, tras cinco días de encarnizados combates fueron obligados
a reembarcarse por la bizarra resistencia de la guarnición local asistida por
el pueblo gaditano (a lo cual se añadió la indisciplina de la soldadesca británica,
buena parte de la cual se emborrachó tras saquear algunas bodegas). Poco
después la maltrecha flota aliada era avistada por las fragatas de
reconocimiento de la flota de Nueva España, la cual pudo eludir al enemigo
gracias a tal oportuna alerta. Durante el viaje de regreso las tripulaciones de
la escuadra anglo-holandesa fueron diezmadas por las epidemias; asimismo, dos
buques ingleses se hundieron a causa de los temporales. Cuando todo concluyó, el
desastre había adquirido proporciones dantescas: en Dunkerque se recibió con deleite
la noticia del regreso a Inglaterra de medio centenar de barcos “bien destrozados” (con lo cual las
pérdidas británicas cuadriplicaron las de sus aliados) así como el hecho que “habiéndose tomado muestra a la gente de
guerra, se hallaron tan solamente cinco mil hombres de doce mil que se
embarcaron”.
Como si esto
fuera poco, ese mismo año una flota hispana bajo el mando del marqués de Santa
Cruz (hijo del vencedor de Lepanto y las Azores) forzó a las fuerzas francesas
y saboyanas a levantar el cerco tendido en torno a Génova, tradicional aliado
de España. Poco puede sorprender entonces que 1625 fuera aclamado en España como annus mirabilis, un año admirable.
Mario Díaz Gavier
(Reproducido de Breda 1625. El duelo final entre Spínola y Nassau por gentileza de Almena Ediciones, Madrid).
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