lunes, 19 de noviembre de 2012

SOBRE LA INCOMPETENCIA MILITAR DE BARTOLOMÉ MITRE

Pocas batallas de nuestra historia gozan de la fama de Curupaytí. La participación de la flor y nata de la juventud argentina, los espléndidos ejemplos de heroísmo individual y el inevitable halo épico que rodea a toda tragedia confieren a la jornada de Curupaytí una fascinación irresistible.
Y sin embargo, una faceta menos gloriosa permanece aún hoy en la sombra: la responsabilidad de tal catástrofe. Particularmente desconcertante es la benévola indulgencia de historiadores, analistas militares e incluso sobrevivientes de la jornada para con Mitre, a pesar de que, como comandante en jefe, puso en práctica un plan de batalla que implicó un ataque frontal de infantería contra una línea fortificada casi inexpugnable, condenando a sus hombres a una muerte segura.
A ello se suma la versión -omnipresente en los libros de texto escolares- que atribuye la parálisis de diez meses en las operaciones aliadas exclusivamente a las “antipatrióticas” revueltas del interior. Dicha afirmación no resiste un análisis serio: la principal causa de tal situación fue el desastre de Curupaytí, que dejó prácticamente fuera de combate al relativamente reducido contingente argentino y asestó un golpe de muerte a la ya menguada reputación del generalísimo.
Transcurrido más de un siglo de la muerte de Mitre, tal distorsión de los hechos es sencillamente incomprensible y menos aún justificable: culpable de ello es el maniqueísmo historiográfico que rige aún nuestra visión del pasado. En realidad, una figura de la complejidad de Mitre sólo puede ser estudiada seriamente separando en ella al literato, al político y al jefe militar. El primero está representado principalmente por sus trabajos pioneros sobre Belgrano y San Martín, con justicia dignos de elogio; el político constituye sin duda la faceta más polémica y no es mi propósito emitir un veredicto definitivo (si es que algo así fuera posible) sobre quien fue para unos figura emblemática del liberalismo, adalid del progreso y primer presidente de la Argentina unificada y para otros quien encarnó la segregación del puerto, la primera ruptura del orden constitucional y la sangrienta “pacificación” de las provincias; por último, el jefe militar fue indiscutiblemente responsable del mayor desastre militar de nuestra historia (en el transcurso de cuatro horas el ejército argentino tuvo tres veces más muertos que durante toda la Guerra de las Malvinas) y un claro ejemplo de incompetencia militar que no se desmerece al lado de figuras tales como Lord Raglan (Balaclava) o George Custer (Little Big Horn).


Contrariamente a lo que han pintado algunos de sus detractores, Mitre no era un general improvisado: había comenzado su carrera militar a la temprana edad de dieciséis años y sus estudios, combinados con sus numerosas lecturas y su experiencia en el campo de batalla -más allá de los reveses de Sierra Chica y Cepeda- lo habilitaban en teoría ampliamente para asumir el cargo de generalísimo de los ejércitos aliados. Sin embargo, sus graves limitaciones como comandante quedarían brutalmente expuestas en Curupaytí.


En su notable trabajo On the psychology of military incompetence, Norman Dixon rebate la idea de la ineptitud como patrimonio exclusivo de individuos mentalmente limitados, señalando que muchas catástrofes militares fueron protagonizadas por oficiales de excelentes calificaciones académicas: tal el caso de Arthur Percival, el comandante de Singapur cuya rendición al frente de 130.000 soldados británicos, australianos e hindúes representó el mayor desastre en la historia inglesa. Dixon enumera catorce rasgos psicológicos que a su juicio son sintomáticos de la incompetencia militar y no resulta sorprendente que Mitre, cuya capacidad intelectual está fuera de discusión, ejemplifique varias de dichas características, a saber:
-Grave despilfarro de recursos humanos y fracaso en cumplir con la economía de fuerzas, uno de los principios básicos de la guerra.
-Tendencia a rechazar o ignorar información desagradable o que contradice prejuicios existentes.
-Tendencia a subestimar al enemigo y sobreestimar la capacidad del lado propio.
-Indecisión y tendencia a abdicar del rol de hacedor de decisiones.
-Fracaso en realizar un reconocimiento adecuado.
-Predilección por asaltos frontales, a menudo contra el punto más fuerte del enemigo.
-Creencia en el predominio de la fuerza bruta por sobre la astucia.
-Fracaso en el uso de la sorpresa o el engaño.
En tal sentido, es sugerente el paralelo existente entre Mitre y su plan en Curupaytí y lo acontecido ochenta años después con otro estratega y otra iniciativa desafortunada: Montgomery y la Operación Market-Garden. Más allá de la superior cultura del estadista argentino no son pocas las coincidencias entre estas figuras: ambos eran comandantes que habían adquirido la reputación de metódicos y precavidos; ambos se hallaban supeditados al apoyo de un poderoso aliado con quien las relaciones distaban de ser ideales, viéndose obligados a someter sus decisiones a debate y contemporizar con frecuencia; ambos se decidieron por una suerte de “huída hacia adelante” en forma de un plan temerario, insólitamente impropio de su personalidad, destinado a librarlos de la indeseada aura de indecisión e impresionar favorablemente a su socio militar; finalmente, ambos tuvieron la fortuna de encontrarse al final del conflicto en el bando vencedor, lo cual minimizó o incluso hizo olvidar los errores cometidos durante la contienda. 

Mario Díaz Gavier

 (Reproducido de En tres meses en Asunción. De la victoria de Tuyutí al desastre de Curupaytí por gentileza de Ediciones del Boulevard, Córdoba). 

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