Pocos vicios son tan habituales y
perniciosos en la historiografía como el maniqueísmo, que por otra parte suele cambiar
de favorito con sorprendente ligereza: así, durante un siglo la Guerra del
Paraguay fue justificada como una cruzada civilizadora contra el “Atila de
América” hasta que a partir de los años sesenta pasó a ser condenada como una
maquinación del capitalismo británico que culminó en un genocidio. Un extremismo igualmente falaz rodea
la Conquista del Desierto: originariamente vista por muchos como una mera limpieza de alimañas
subhumanas en aras del progreso, en los últimos años parece
ser considerada el alevoso exterminio de tiernos Patoruzitos que vivían desde
tiempos inmemoriales en el actual territorio argentino dedicados inocentemente a
la caza y la pesca. Vale la pena conocer a dos de los principales ideólogos de
esta última versión (que aparentemente pretende relacionar en forma arbitraria y
tendenciosa dicha campaña con el nefasto Proceso de Reorganización Nacional,
durante el cual se cumplió, por desdichada coincidencia, el centenario de la
expedición de Roca) para posteriormente analizar la realidad étnica de la Pampa
y la Patagonia durante el siglo XIX y por último repasar lo que concretamente
fue la Conquista del Desierto.
Recae sobre Herr
Osvaldo Bayer (el mismo que acusara de usurero y proxeneta al abuelo del Néstor Kirchner para luego
apresurarse a relativizar sus dichos) la distinción de ser el gurú del anarcoindigenismo tirolés. No es
casual que en su panfleto “Desmonumentar” Bayer cometa la grotesca gaffe de comparar la estatua de Julio
Argentino Roca en Diagonal Sur con “los
monumentos a Hitler”: como tantos profesores de procedencia y formación teutónicas
(¿es necesario aclarar que no pertenece a un antiguo linaje mapuche?), Bayer incurre
en el fatídico error de analizar toda historia -sea egipcia, romana o china- a
través del prisma del III Reich, es decir, proyectado el trauma del propio pasado sobre hechos y
figuras completamente ajenos al mismo. Así, dicha distorsión historiográfica convierte
en forma automática todo gobernante autocrático en un Hitler y todo choque
étnico en un “Holocausto” (sofisma este último que sugiere un intento inconsciente
de blanquear la propia nacionalidad mediante el expeditivo método de arrojar
fango sobre las otras).
La nueva generación de picos de oro está
encabezada por il Signor Felipe Pigna (¿quizá de
ascendencia araucana?), que califica a la Campaña del Desierto como “un
verdadero genocidio que dejó un saldo de miles de muertos y más de 14 mil
prisioneros”. Si bien Pigna no goza precisamente del respeto de los
historiadores reconocidos, su habilidad mercantil le ha permitido monopolizar prácticamente
la vulgarización mediática de nuestro pasado y convertirse en el historiador
oficial del kirchnerismo (baste decir que la galería de biografías de su sitio
web contiene cuatro nombres de figuras que jamás pisaron suelo argentino: uno
de ellos es Napoleón y los restantes Marx, Engels y Ho Chi Mihn…)
El desconocimiento de Pigna sobre historia
bélica es proverbial (de hecho es dudoso que algún tema histórico pueda ser considerado
su punto fuerte), lo cual se evidencia en errores disculpables en opinólogos
rasos pero no en quien pretende pontificar sobre una campaña militar: así, afirma
que Roca reemplazó sables y lanzas “por
modernos fusiles a repetición Remington”, ignorando evidentemente que dicha
arma era monotiro (es decir, carecía de un sistema de repetición comparable al
Winchester norteamericano o el Mauser alemán) y que ya había sido adoptada seis
años atrás, jugando un rol fundamental en la derrota infligida por las tropas
leales a los sediciosos mitristas en La Verde (1874). Por otra parte, tal error
se torna trivial si uno recuerda que en uno de sus momentos más inspirados Pigna
llegó a calificar al Remington de “arma de destrucción masiva”, lo cual nos
exime de todo comentario…
La característica común de los citados
publicistas (que en sus diatribas contra la raza blanca por motivos obvios se
cuidan muy bien de emplear la palabra “gringos”) es precisamente su visión tuerta
de la Historia. Condenan el presunto “genocidio” sufrido por los indios (aparentemente
entienden como tal la muerte en combate de 1.313 indios de lanza durante la campaña de
1879) reservando exclusivamente para éstos su sensibilidad: jamás aflora la más
mínima conmiseración hacia los sufridos criollos, expuestos constantemente al
flagelo de las invasiones con su secuela de saqueos, incendios, violaciones,
secuestros y asesinatos. Así, Bayer no trepida en acusar a Roca de haber “reestablecido la esclavitud” aludiendo
a los 11.810 indios (1.271 de lanza y 10.539 de chusma) capturados durante la
campaña y que fueran enrolados en el ejército y la marina, reubicados en
poblaciones rurales o adoptados por familias cristianas: al parecer, quien
ocupara la cátedra de Derechos Humanos en la Universidad de Buenos Aires considera
que los numerosos cautivos blancos que languidecían en las tolderías
(mayormente mujeres, ya que los hombres solían ser lanceados o degollados in situ), sobrellevando durante años o
incluso décadas una vida de miseria y maltrato, se hallaban allí por propia
voluntad…
Esta falsificación de la Historia no pasaría de
lo meramente anecdótico de no ser porque desde algunos años proporciona sustento
ideológico a un inquietante fenómeno: el fundamentalismo mapuche. La cara
visible de este movimiento a nivel internacional es la organización Mapuche International Link, que no tiene
su sede en Chile o en Argentina… sino en Bristol, Inglaterra: previsiblemente, sus
directivos portan apellidos de neta resonancia indígena como Watson, Melville, Stanley,
McCarthy, Chambers y Harvey. Entre sus más ilustres colaboradores se cuenta el
parisino Philippe Boiry, pomposamente autotitulado “Príncipe Felipe de Araucanía
y Patagonia”: por increíble que parezca, aquella fantochada urdida en 1860 por el
aventurero francés Orélie Antoine de Tounens sigue siendo tomada en serio por
algunos…
Sin embargo, no todos los aspectos de este
movimiento son tan risueños. Actualmente existen en Neuquén, Río Negro y Chubut
numerosos campos usurpados por mapuches que justifican tal “recuperación”
alegando su presunta condición de “habitantes
desde hace 14 mil años de estas tierras” (Bayer dixit). La mayoría de los damnificados no son controvertidos multimillonarios
extranjeros -léase Benetton- sino familias que residen desde hace más de un
siglo en la región y que de la noche a la mañana se encuentran con sus campos
atravesados por alambrados adornados por banderas de la “Nación Mapuche”. Si
bien en nuestro país el conflicto no ha adquirido (aún) las dimensiones que
ostenta en Chile (donde han abundado atentados
incendiarios así como choques entre carabineros y militantes indigenistas), parece necesario
profundizar en esta cuestión: ¿son los mapuches verdaderamente un “pueblo
originario” del territorio que hoy llamamos Argentina?
(continuará)
Mario Díaz Gavier
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